domingo, 3 de octubre de 2010

Marilyn Oculta!!!!


Marilyn Monroe era una mujer triste, algo que nadie se explicaba y de lo que ella misma se sentía secretamente avergonzada. Porque también era alegre, o podía serlo, radiante, pero la fatiga, la depresión y el pesimismo fruto de un carácter extremadamente sensible e inteligente la acorralaron hasta perder toda esperanza en sí misma y suicidarse la madrugada del 4 al 5 de agosto de 1962 en su casa.
Así, la poeta callejera, la mujer que se quitó la vida (y todas las investigaciones serias descartan las teorías conspirativas de un asesinato a manos de la mafia orquestado desde algún secreto despacho de la Casa Blanca) al ingerir un frasco entero de Nembutal -las pastillas que ese mismo día le acaba de reponer su psiquiatra para frenar sus días sin descanso- anunciaba ya en un poema sin fecha ni nombre que la muerte era uno de sus pensamientos consoladores.
En sus cartas dirigidas a su psiquiatra, el doctor Ralph Greensom, en 1961, la actriz intenta explicar esa doble cara suya, triste y alegre, una duplicidad que ella conocía muy bien y que, lejos de resultar chocante, debería explicar el por qué de su profunda y todavía hoy inagotable belleza: "Sé que nunca seré feliz, pero sé que ¡puedo ser muy alegre!
La obsesión por conocerse y construirse la llevó a fascinarse por hombres mayores (el jugador de béisbol Joe DiMaggio) e inteligentes (el dramaturgo Arthur Miller), en los que descargaba su miedo a no encontrarse nunca, a vagar perdida en la piel de una mujer que todos -menos ella- idolatraban.
Hay algo revelador en la famosa última sesión de fotos de Marilyn, realizada por Bert Stern seis semanas antes de la muerte de la estrella. En la serie completa, 2.571 fotografías que se tomaron durante tres días de trabajo en el Bel-Air Hotel de Los Ángeles, casi se puede palpar (la actriz bebió bastante) el estado de nervios en el que se encontraba. En aquella sesión, quizá como nunca, dejó ver todo lo que no quería enseñar, un cuerpo y un rostro que empezaba a estar castigado, y en su abdomen, una enorme y exagerada cicatriz tras una operación de vesícula. Marilyn, la mujer que dudaba hasta de su belleza (cuando el fotógrafo se admiró ante ella, la actriz le respondió casi sin respiro: "¿De verdad cree que soy guapa?"), se quitó la ropa, y fue en ese instante, cuando le permitieron ser una mujer, cuando por fin emergió la diosa.

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