Capitulo I
Pasaban de las tres de la tarde, Martha caminaba sin rumbo alguno hacía un lugar que ni ella misma conocía. Su cabeza daba vueltas y un hambre incontrolable le impedía pensar en sus demás problemas. Cómo volveré a casa, se preguntaba constantemente al darse cuenta que tal vez llevaría más de una semana perdida en un lugar totalmente desconocido para ella. Sin embargo, siguió caminando como si el tiempo o el lugar no fuesen importantes, tal vez su intención no era volver a casa o tal vez, como muchos jóvenes, quería empezar de cero y ver que era lo que el destino le tenía preparado. Y así con solo dos billetes en el bolsillo continuó, sin detenerse, como si el aire o el tiempo la empujasen hacía lo desconocido. Martha camino y camino hasta que en su camino se encontró con una disyuntiva: seguir el camino derecho o el izquierdo, ambos eran igual de desconocidos y en ambos el panorama era excitante. ¿Que camino elegiría?, se preguntaba mientras descansaba un momento al pie de un gran árbol. Martha era una chica con las inquietudes dignas de una adolescente de 19 años. El sol que se colaba por las hojas de los árboles sobre ella daba un brillo especial a su oscuro cabello, el efecto de luces le daba un toque mágico a su blanca tez. Tras haberse quedado dormida un par de horas, despertó con más hambre que con la que se durmió, -Debo decidir qué camino.- Y así fue, el izquierdo era el que tenía más luz y en el que las flores hacían una mayor presencia. Y siguió su aventura, después de caminar y caminar llegó a un pequeño poblado de gitanos. –Vaya, vaya, pero ¿qué tenemos aquí?,- un guapo gitano moreno y ojos más oscuros que el azabache, hizo sentir como mantequilla a Martha; quien se llenó de fuerzas y tras un suspiro consolador contestó: -Sólo vengo de paso, y si con 10 libras puedo pagar algo de comida y un lugar dónde dormir, te estaría agradecida. El gitano, a quien llamaremos Manuel, sonrió picaramente y tomó las 10 libras. –Sígueme- le ordenó Manuel a Martha, y ella sabiendo que con diez libras en casa pagaba un panecillo calientito y un par de cervezas no esperaba menos de su guapísimo guía. – Y ¿de dónde eres?- preguntó Manuel, -De Sheffield. ¿Y tú siempre has vivido aquí?- Sí, nací gitano y gitano me he de morir.-
-Supongo que debe gustarte mucho ser y vivir así-. – Pues yo diría que cuando no conoces ninguna otra forma de vida no puedes decidir si te gusta o no, simplemente es tu vida y ya-. – Nunca lo había visto de esa forma-. -¿Por qué te fuiste de tu casa?- Manuel preguntó mientras traían un delicioso plato de carne y verduras. –No lo sé, simplemente un día me di cuenta que eso no era lo que yo quería, y salí a caminar-. –Pues para haber salido a dar un paseo solamente, ¡ya te tardaste no!-. Manuel dibujo una gran y tentadora sonrisa que casi hace atragantar a la hermosa Martha. –Ja, supongo que sí, ya me tarde un ratito, y aún no tengo hora de llegada-. Manuel la observó calladamente y prosiguió, -No crees que se preocuparán en tu casa-. –Sí, creo que sí, pero mi viaje apenas comenzó y hasta que no sepa quién soy no regresaré-.- Así qué te estás buscando-. –Sí, espero poder saber si tengo algo de Sophia en mí…-. Martha volteó a ver el cielo y las estrellas le dieron un poco de tranquilidad, un aire de novedad absoluta la rodeo y un largo suspiro salió de su pecho, - Déjanos un poco de aire- bromeo Manuel y Martha sonrió con él. –Ven, aún falta gastar tus últimas 5 libras en una buena cama-. Ambos caminaron y llegaron hasta una pequeña casa rodante. –Aquí tiene su casa princesa-. –Gracias, no esperaba menos por 10 libras-. Ambos rieron.- Te puedes quedar el tiempo que necesites para encontrarte-. Martha esperaba en los pequeños escalones de la entrada, y sonriendo le contestó – Gracias, ojala no sea mucho tiempo-.
Pasaron unas cuantas semanas y Martha se volvió parte de la comunidad, se trasladaba con ellos y ya había adquirido muchas costumbres y tradiciones de ellos; ya era una gitana más. La amistad entre Martha y Manuel creció, a tal grado que sin que ellos lo notaran, eran indispensables el uno para el otro. Y así su cariño siguió y siguió creciendo, y un día a la luz de un cielo repleto de estrellas Manuel, con Martha entre sus brazos comentó: - Ya va a ser un año desde que llegaste aquí-. –Lo sé-. –Ya te encontraste-. Martha volteó a ver a Manuel y con ojos un tanto dolidos, -¿Ya quieres que me vaya?-. –No guapa, que no es eso, es todo lo contrario, no quiero que te vayas nunca; ya eres mi vida-.Martha sonrió y besó a Manuel, sus vidas cada vez eran mejor, él era un reconocido comerciante entre la comunidad y otras comunidades; y ella era una mujer activa en la realización de productos en la comunidad. Al cumplir un año desde la llegada de Martha, la ultima en unirse a la comunidad. Se hizo una gran fiesta donde se reunieron más comunidades; la fiesta se prolongó por poco más de una semana; la mejor semana de su vida. -Sabes, ya me encontré-. Manuel temió que Martha se pudiera ir y su cara se transformó, -¿qué?-. Martha sonrió, -Pero no me iré, ahora se quien soy a donde pertenezco; y mi lugar es aquí y contigo-. Manuel sonrió como si nunca le hubieran dado una mejor noticia y su hermosa dentadura resplandeció frente a la oscuridad de sus mejillas; la alzó entre sus brazos y la besó como su temiera que se le escapara. –¡Gracias, gracias!, por quedarte conmigo, ya empezaba a preocuparme por que cosas me iba a llevar a tu antiguo mundo-. Ambos rieron hasta que Martha puso su dedo frente a los labios de Manuel en símbolo de que guardara silencio, - ¿De verdad te irías conmigo?-, -Contigo al fin del mundo, yo sin ti ya no soy más que un simple cuerpo inerte sin ninguna razón para seguir respirando, ni creyendo.- Martha simplemente saltó de nuevo a los brazos de Manuel y se besaron creando en el universo una explosión de sentimientos y pasión.
Así juntos, siguieron creciendo, un día Manuel encontró un letrerito sobre la almohada de Martha: “Sigue las pistas”, y al voltear él encontró unas flechas dibujadas sobre el piso que señalaban fuera de la casa rodante; así que se vistió lo más rápido que pudo y salió del vagón. Las flechas continuaban por el pasto hasta llegar a casa de Jazmín, la lectora de tarot, las flechas atravesaban la tienda y llegaban hasta un matorral de flores blancas y amarillas y justo en el centro de la rosa más grande del matorral, Manuel leyó: “Vuelve a casa, busca en el baño”. Manuel se dirigió a su casa lo más rápido que pudo, y entró directo al baño y notó que justo en el medio del espejo había algo pegado, se acercó y descubrió que era un par de zapatitos de bebé; uno azul y uno rosa, -¿Qué nombres usaríamos?- Manuel giró rápidamente sobre su eje, y con una cara llena de dudas -¿Cómo?- . –Si que nombres les vamos a poner, digo, aún no sabemos si serán dos niños, o dos niñas y si uno y uno; pero hay que ir pensando los nombres no crees. Manuel se volvió loco de felicidad, corrió hacia Martha y con un abrazo tan lleno de amor y felicidad y de tantos otros sentimientos, la cargó y la besó como nunca antes lo había hecho. -¿De verdad?, ¡dos! No lo creo-.-Créelo, por que tal vez necesitemos una tiendita más grande-. Ambos rieron y un ambiente de alegría inundó la casita de una forma tan mágica que hasta el sol ese día salió de una forma mucho más especial.
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